Colesterol y ELA

 

La esclerosis lateral amiotrófica (ELA) es una enfermedad neurodegenerativa que destruye progresivamente las neuronas motoras, que son las encargadas de transformar la señal cerebral en una contracción muscular real, ordenando el movimiento.

La sensibilidad se conserva, pero los músculos pierden fuerza, se atrofian y aparece espasticidad. Suele comenzar con debilidad en brazos, piernas o dificultades para hablar o tragar. Con el tiempo, la debilidad avanza y aparecen problemas para respirar. No hay tratamiento efectivo, y el pronóstico es malo.

Tanto las membranas de las neuronas como la mielina que las envuelve están formadas por colesterol y otras grasas, y las motoneuronas tienen axones muy largos, de hasta más de un metro, y una altísima demanda energética. 

Por tanto, no debería sorprendernos que un estudio encuentre que niveles altos de colesterol estén asociados con una mejor supervivencia con ELA una vez diagnosticada:

Dupuis et al. (2008), Francia. Se identificó una relación inversa entre el colesterol total y la progresión de ELA. Se propuso que niveles elevados podrían tener un efecto neuroprotector.

Por otra parte, la ELA se ha relacionado con infecciones persistentes por bacterias como Chlamydia, Borrelia, Rickettsia o Mycoplasma. ¿Cómo podrían encajar estos hallazgos?

Esas bacterias atípicas son intracelulares, difíciles de detectar y con capacidad de inducir inflamación crónica, algo que los modelos teóricos relacionan con la neurodegeneración. También son parásitos metabólicamente dependientes. Una infección persistente consumiría nutrientes celulares, induciría inflamación crónica de bajo grado y aumentaría el gasto energético basal del organismo. 

No son por tanto teorías excluyentes. Tener más lípidos circulantes garantiza materia prima para la reparación neuronal, y anticipa mayor reserva energética disponible, lo que encajaría con la mejor supervivencia observada en la ELA.

Infravalorar los lípidos y demonizar las grasas es ignorar su papel reparador de la neurodegeneración.


El caso "Crescormon"

 

La hormona del crecimiento (GH) es un péptido secretado por la hipófisis (glándula pituitaria) que estimula el crecimiento y la reproducción celular. Su uso ha sido objeto de varias controversias, siendo una de las más conocidas su uso como dopaje por afamados ciclistas.

El caso "Crescormon" hace referencia a una situación anterior, ocurrida en la década de 1980  y relacionada con el uso de la hormona del crecimiento extraída entonces de las glándulas pituitarias de cadáveres humanos. 

Este tratamiento se utilizaba en niños con deficiencia de esta hormona, y tuvo que suspenderse en Estados Unidos y otros países tras detectarse casos de enfermedad de Creutzfeldt-Jakob (ECJ) en algunos de los pacientes tratados. La ECJ es una encefalopatía causada por priones que puede transmitirse a través de tejidos humanos contaminados. Está relacionada con la enfermedad de las vacas locas. Es rara y muy grave.

El caso "Crescormon" impulsó el desarrollo y la aprobación de la hormona del crecimiento sintética, obtenida mediante tecnología de ADN recombinante en microorganismos modificados genéticamente como la bacteria E. coli o la levadura de la cerveza. 

La somatropina sintética no conlleva los riesgos asociados a la extracción de tejidos humanos, pero sí que presenta un riesgo inherente a su acción: Esta hormona aumenta los niveles del factor de crecimiento similar a la insulina tipo 1 (IGF-1), implicado en procesos de proliferación celular, lo que teóricamente puede aumentar el riesgo de cáncer si están desregulados. De hecho, en personas con acromegalia, con niveles elevados de GH/IGF-1, se ha observado un mayor riesgo de ciertos tipos de cáncer como el de colon, tiroides y mama en varios estudios (1)(2).

VigiAccess, la base de datos de reacciones adversas de la OMS, registra 3.291 informes de presuntos efectos adversos relacionados con el cáncer notificados para la hormona del crecimiento. Como siempre, unos verán el vaso medio lleno y otros medio vacío: lo que se notifican son sospechas, sí, pero también es cierto que se notifica sólo una pequeña parte de las reacciones sospechosas.

En cualquier caso, la ética dicta que los padres deben estar informados de este posible riesgo antes de incluir a sus hijos en un programa de tratamiento con esta hormona.