Inmunidad natural, vacunas y memoria

 


El debate entre inmunidad natural (pasar la enfermedad) y artificial (vacunación) tiene recorrido cero. Es como el debate entre la lactancia materna y la artificial. No hay color. Lo natural gana por goleada, quedando lo artificial como un recurso cuando lo natural no está disponible o está contraindicado.

El asunto lo ilustra bien el hecho de que para el COVID-19 los laboratorios de serología permiten determinar dos tipos de anticuerpos IgG, que son los que perduran tras una infección: IgG anti-proteína S (proteína espiga) e IgG anti-proteína N (proteína del núcleo):

  • En el caso de un inmunizado por vía natural, que ha pasado la enfermedad, el resultado será positivo para ambos anticuerpos: IgG anti-proteína S e IgG anti-proteína N.
  • En el caso de los "vacunados", el propio cuerpo es obligado a fabricar la proteína S con la idea de que luego fabrique los anticuerpos anti-proteína S. Si el fármaco ha sido efectivo, el posterior análisis serológico encontrará IgG anti-proteína S, pero no encontrará IgG anti-proteína N, ya que no ha habido contacto con el núcleo del virus.

A simple vista vemos pues que la inmunidad natural es más completa, y esto se acentúa por el hecho de que en un coronavirus hay muchos otros epítopos contra los que el organismo crea sus defensas, como la proteína E (envuelta), la proteína M (membrana) y la HE (hemaglutinina-esterasa), junto a lípidos y ARN, mientras que con la "vacuna" tan sólo se aspira a que se cree una defensa contra una proteína S.

Las vacunas, como todos los fármacos, pueden tener efectos positivos y negativos. El balance beneficio/riesgo en la vacunación debe ser mucho más estricto que con otros fármacos, pues se vacuna a gente sana que quizá nunca iba a contraer la enfermedad.

Las "vacunas COVID" no son inocuas. Según el 8º Informe de Farmacovigilancia, un alto porcentaje de las reacciones adversas graves que han generado, incluidas las mortales, ha tenido lugar en personas jóvenes que se hallaban fuera del rango de edad de mayor mortalidad del virus. 

Es un tema duro, y más lo puede ser en el caso de los niños, que a pesar de que se han mostrado inmunes a los coronavirus, hay profesionales y sociedades científicas que están recomendando su inoculación. En la lejana Suecia se han establecido indemnizaciones, pero, ¿cuál es el precio de la vida de un niño...?

Vayamos ahora con la memoria. 

Una función esencial de los anticuerpos es la de "marcar" al antígeno para que pueda ser atacado por otras partes del sistema inmunitario, como los linfocitos T o el complemento. Una vez que el antígeno ha desaparecido del cuerpo, la misión de los anticuerpos ya no es necesaria y van desapareciendo.

Y menos mal, porque los anticuerpos son proteínas de la clase globulinas, de un tamaño considerable, y si no desaparecieran de nuestra sangre tras cada infección, ésta se iría espesando mortalmente. 

¿Quiere esto decir que la inmunidad adquirida desaparece con ellos...? Afortunadamente no. La memoria real de nuestro sistema inmunológico no reside en los anticuerpos, sino en las células T y B de memoria, que no pueden medirse pero persisten muchos años. De hecho, esta realidad ha sido la base de la vacunación tradicional.

El sistema inmune, un tema apasionante del que nos queda muchísimo por aprender.


2 comentarios:

  1. Y tanto, Juan. Apasionante esta entrada. A difundir!

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  2. Gracias por decirlo tan claro, tan breve y tan fácil de entender para los profanos.

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