La búsqueda en PubMed "covid 19 vaccines adverse effects" proporciona más de 7.000 artículos. Teniendo en cuenta que en las revistas científicas sólo se recoge una mínima parte de la casuística, la cifra es ilustrativa del fenómeno iatrogénico al que asistimos, generador de un volumen de datos cuya lectura completa llevaría varios años, desbordando la capacidad humana.
En este contexto, hay imágenes que hablan por sí solas, como esta infografía sacada de un artículo que se centra sólo en los múltiples efectos adversos neurológicos con componente autoinmune:
Estando en la era de las enfermedades autoinmunes, constatar que la introducción de unos nuevos productos biotecnológicos provoca semejante abanico de efectos adversos de esta misma índole, todos ya conocidos, puede estar poniendo en evidencia el fracaso de la Farmacovigilancia.
Porque llevamos ya bastantes años en los que muchos otros fármacos biotecnológicos, no solo vacunas, se han ido introduciendo en el arsenal terapéutico sin que hayan tenido un foco mediático equiparable a los del COVID, y su toxicidad relacionada con la autoinmunidad ha podido pasar desapercibida.
Este otro artículo abarca efectos adversos que van desde reacciones de hipersensibilidad hasta trombosis y trombocitopenia, y se centra en la composición de los dos tipos de vacunas para COVID-19 más usados:
Polietilenglicol, Trometanol, Polisorbato 80... empiezan a ser ya también "sospechosos habituales" en el campo de la iatrogenia, cuando hasta hace poco eran perfectos desconocidos gracias al ambiente de confianza ciega en la seguridad de los medicamentos que se viene respirando en el ambiente sanitario.
Abrir los ojos a la luz siempre resulta doloroso.
Ostia, si...
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