Frente a la investigación para el desarrollo de fármacos nuevos, el reposicionamiento de fármacos se centra en la investigación de nuevos usos para fármacos que ya existen pero aprobados para otras indicaciones terapéuticas, o bien fármacos conocidos pero que ya no se usan.
Los avances producidos en investigación están permitiendo ver la interconexión entre múltiples patologías, pues básicamente la enfermedad es una consecuencia de la ruptura del equilibrio que caracteriza al individuo sano.
Hay además un argumento de eficiencia: el gran ahorro que el reposicionamiento de fármacos supone frente al inmenso coste de desarrollar un nuevo fármaco "desde cero".
Con todo, para mí el factor más favorable es que si se trata de fármacos ampliamente utilizados y que han demostrado ser seguros, evitamos el riesgo de encontrarnos con los lamentables problemas de iatrogenia: los indeseables efectos adversos.
Un ejemplo paradigmático podría ser el de la Ivermectina, un agente antiparasitario que se ha demostrado seguro después del tratamiento de millones de pacientes con oncocercosis y otras enfermedades parasitarias, fundamentalmente en el tercer mundo.
La Ivermectina se une a los canales de cloro de las membranas de las células musculares y nerviosas de los invertebrados, aumentando su permeabilidad y provocando la parálisis y muerte del parásito. Pero también puede interactuar con otros canales de cloro en humanos, y se está investigando su uso en el cáncer de mama, el de próstata, como antiviral y en Neurología, entre otros campos. Ya aquí hablamos también de su uso en el COVID-19.
No debe extrañar que una misma sustancia pueda actuar frente a parásitos y virus, o regular la neurotransmisión en la epilepsia: las proteínas, los fosfolípidos, los polisacáridos, las piezas de la arquitectura de la vida, son universales, ya que compartimos el código genético con plantas y microbios, como distintos diseños de un mismo autor.
Ivermectina, pues.
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