El sabio de Villanueva de Sijena (Huesca) es el prototipo de negacionista: negó tanto la Santísima Trinidad como el modelo circulatorio sanguíneo vigente desde Galeno. Ahí es nada.
Hijo de un noble infanzón aragonés descendiente de la aldea sobrarbense de Serveto, Miguel Servet no distinguía entre biología, medicina o teología, pues para él todas las disciplinas formaban parte del divino Saber. Por eso incluyó su descubrimiento de la circulación menor de la sangre en Christianismi Restitutio, un libro eminentemente teológico, pues para él la sangre era donde residía el alma.
Como buen negacionista, fue represaliado, y condenado nada menos que a morir en la hoguera. Y quien le condenó no fue la Inquisición, de la que escapó, sino un grupo de los que pretendían haber traído la Reforma al cristianismo: los calvinistas suizos encabezados por el mismísimo Calvino, con los que Servet había confraternizado.
El valor relativo de la Justicia queda aquí patente: el mismo hecho que supuso la condena de muerte para Servet en el siglo XVI es considerado un pensamiento aceptable y nada punible en el siglo XXI. Algo ha cambiado...
Claro que otras ideas y teorías científicas son ahora perseguidas por la misma razón por la que lo fueron las de Servet: no estar de acuerdo con el pensamiento dominante. La censura sigue más viva que nunca.
Pero la Ciencia sin discusión, sin debate, sin crítica, no es Ciencia, es dogma, fanatismo y dictadura.
Hoy, en este mundo global, Miguel Servet y el libre pensamiento siguen padeciendo.
Tomemos ejemplo de Miguel Servet
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