Gastón Ramón
Gaston Ramon descubrió en 1925 que los caballos vacunados contra la difteria tenían una respuesta inmune más fuerte si se desarrollaba inflamación en el sitio de la inyección. Esto le llevó a probar añadiendo al toxoide sustancias tan sorprendentes como pan rallado, aceite, agar o jabón...
Alexander Glenny
Fruto del azar, Alexander Glenny observó en 1926 que las vacunas contaminadas con restos de alumbre (sales de aluminio procedentes de los recipientes) estimulaban las respuestas inmunitarias, efecto que se perdía cuando las vacunas se fabricaban de manera más limpia. Este descubrimiento llevaría a que las sales de aluminio se convirtieran en el adyuvante más utilizado desde 1932 hasta la fecha, incluyéndose en muchas vacunas como las de la difteria, tétanos, tosferina, hepatitis, neumococo, papiloma...
Curiosamente, las vacunas virales vivas atenuadas como las del sarampión, las paperas o la rubéola (componentes de la triple vírica) no requerían ser adyuvadas con alumbre, como si el sistema inmunitario se preocupara por sí mismo de activarse para luchar contra estas infecciones sin requerir ayuda externa.
Las sociedades vacunólogas pregonan la bondades de la vacunación adyuvada en los medios, pero fuera de ellos subyace un controvertido debate sobre la seguridad de su uso. Shoenfeld, experto en enfermedades autoinmunes, definió el síndrome autoinmune/inflamatorio inducido por adyuvantes (ASIA), un duro peaje para las personas que lo sufren...
Y es que al hablar de estimulación de la inmunidad inevitablemente aparece en escena la gran sombra de las enfermedades autoinmunes, aquellas en las que hay un aparente estado de sobreactivación del sistema inmune que le lleva a atacar a las células del propio organismo.
El ataque a lo propio no es algo raro en el funcionamiento normal del organismo: nuestro sistema inmune trabaja constantemente para destruir las células cancerosas que surgen de continuo, algo que requiere un prodigioso equilibrio en su funcionamiento. De ahí la importancia de preservarlo.
Cronológicamente, el creciente uso de adyuvantes de aluminio y la creciente aparición de enfermedades autoinmunes siguen un curso paralelo. Las vacunas se usan para estimular la inmunidad, y los adyuvantes para potenciar ese efecto deseado frente a los antígenos de la vacuna, pero...
¿Y si el efecto estimulador del adyuvante se manifiesta en otras areas del organismo no esperadas ni deseadas...?, ¿y si en un punto se rompe el fino equilibrio entre la lucha frente a lo extraño o lo maligno y el respeto a lo propio...?
Las buenas intenciones no bastan. Cuentan los hechos. Y hay que investigarlos, como hace Shoenfeld.
Juan, ¿ves válida la hipótesis del autismo en relación al uso de aluminio?
ResponderEliminarEl otro día acudí a un curso sobre elaboración de biofertilizantes, donde nos explicaron cómo funciona el suelo. Nos comentaban cómo el aluminio bloquea en la planta la absorción de otras sustancias necesarias, siendo éste perjudicial. Me resultó interesante porque conforme más estudio, más idénticos somos al reino vegetal. Si produce esto en las plantas, ¿qué no va a producir en nosotros? Pensé.
Bárbara, así como sí que veo la asociación del aluminio con la EM o el Alzheimer, no la veo tan clara con el autismo, con el que además no tengo experiencia a nivel profesional. Por su sintomatología, pienso que el autismo podría tener como base un componente metabólico relacionado con la fructosa, pero desconozco si el aluminio podría interferir en él. Lo que está claro es que es otra patología que no para de crecer y tiene que haber una causa, y a los críos de ahora se les mete de todo en cuanto nacen.
EliminarDebería ser que, igual que se hacen pruebas de reactividad a eso agentes que estimulan el sistema inmune, p.e. en las alergia; se hiciera lo mismo en todas las vacunas a fin de evitar consecuencias totalmente ajenas por la administración de esos coadyuvantes.
ResponderEliminarEs decir las vacunas, al menos algunas, deberían administrarse controlando individualmente la respuesta inmune de su efecto.