Los transgénicos son a los cultivos tradicionales lo que las vacunas de ARN/ADN son a la inmunidad natural. Los primeros son obtenidos por la Biotecnología vegetal, mientras que las segundas lo son por la Biotecnología humana. A la primera se oponen los ecologistas, y a la segunda los antivacunas.
De forma un tanto sorprendente, a veces parece que no hubiera nada en común entre un colectivo de pensamiento y otro. Así, hay fervientes ecologistas que defienden abiertamente las vacunas ARN/ADN, se las inyectan y están a favor de su obligatoriedad, pero no comen soja transgénica.
La soja transgénica de Monsanto se obtiene introduciendo una proteína en la semilla que hace que sea resistente a la acción del glifosato, un plaguicida mortal para todo tipo de plantas y que fue patentado por la misma empresa.
Las vacunas de ARN/ADN introducen una proteína en las células humanas para que estas produzcan anticuerpos frente a un virus cuyo origen se desconoce. Las propias fichas de las vacunas de AstraZeneca y Janssen indican que contienen OMG (organismos modificados genéticamente).
Se trata esencialmente de la misma manipulación, pero una cometida en nuestro propio cuerpo, y la otra en nuestra comida. El documental "el mundo según Monsanto" lo explica bien:
La controversia sobre los peligros del progreso no es nueva. La bióloga Rachel Carson (1907-1964) fue, con su libro de 1962 "Primavera Silenciosa" contra el uso del DDT, la gran impulsora de la creación de la Agencia de Protección Ambiental de los Estados Unidos, que más adelante en 1972 prohibiría el uso del DDT en USA. Un DDT al que se ha llegado a relacionar con la polio.
Por contra, hoy hay quien considera esta prohibición como responsable de la prevalencia de la malaria y otras infecciones causadas por insectos vectores.
El debate es una de las claves del aprendizaje. Que nadie nos lo coarte.
El exterminio de los insectos priva a las aves de su alimento principal. La cadena trófica se rompe.
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