Montagnier ha pasado a la historia como el descubridor en 1983 de lo que llamó el "virus asociado a la linfadenopatía" (LAV) en una biopsia de ganglio de un paciente con SIDA, y que más tarde se denominaría virus VIH, lo que le valió el Nobel de Fisiología y Medicina en 2008.
Sin embargo, ya a partir de 1990 Montagnier empezó a distanciarse de la línea de pensamiento dominante, afirmando que el VIH era incapaz por sí solo de producir la enfermedad, necesitando obligatoriamente del concurso de cofactores, lo cual plasmó en su libro "Sobre virus y hombres".
La controversia siguió con su teoría de la existencia de ondas electromagnéticas provenientes de ADN bacteriano en soluciones acuosas diluidas de bacterias, su método para detectar infecciones virales relacionado con los principios básicos de la homeopatía, su defensa del papel del estrés oxidativo en el cáncer, SIDA y enfermedades neurodegenerativas, y con su defensa de la causalidad de las vacunas en el autismo, lo que le valió ser tachado abiertamente de antivacunas.
En 2020, Montagnier se alineó con la idea de que el SARS-CoV-2 había sido creado en un laboratorio como resultado de un intento de crear una vacuna para el VIH/SIDA, basándose en que "la presencia de elementos del VIH y germen de malaria en el genoma del coronavirus es altamente sospechosa, y las características del virus no podrían haber surgido de forma natural".
Es decir, que situándose el origen del coronavirus en la ciudad china de Wuhan, la mirada libre de Montagnier se centraba más en el mayor laboratorio de virología del mundo allí ubicado que en su mercado al aire libre. ¡Qué ocurrencia...!
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