Vacunas COVID... del dicho al hecho

La historia de la farmacia está llena de descubrimientos casuales de grandes medicamentos, y de  auténticos fiascos con medicamentos teóricamente prometedores que no llegaron a funcionar como de ellos se esperaba...

Así, el minoxidil (Regaine®) se estaba estudiando como vasodilatador y se descubrió que hacía crecer el pelo, y el sildenafilo (Viagra®) se estudiaba para su uso en la hipertensión arterial y la angina de pecho, y se vieron sus propiedades contra la disfunción eréctil...

En cambio, la insulina inhalada (Exubera®), tras largos años de investigación y una gran inversión, se retiró a los meses de su comercialización porque el sistema de administración resultaba tan complejo que los pacientes preferían volver a sus inyecciones, mucho menos engorrosas, además de detectarse un incremento de casos de cáncer de pulmón.

Fue uno de los primeros grandes fiascos tras el advenimiento de la biotecnología y los medicamentos de diseño. Con el dominio del marketing por parte de la industria farmacéutica, el tirón de un nuevo medicamento es duro de resistir. Pero lo que pinta muy bien en las presentaciones para médicos y farmacéuticos puede fallar estrepitosamente cuando se aplica al enfermo...

Aunque se habla mucho de Medicina basada en la Evidencia, las vacunas COVID, los medicamentos de moda, se nos han vendido desde el principio más como una cuestión de esperanza que de evidencia. Hoy en día, una mirada a los casos hospitalizados de COVID ofrece un panorama de abundantes pacientes ingresados vacunados con 2 y 3 dosis de vacuna, incluso con edades inferiores a los 70 años. ¿Dónde quedó la prometida eficacia superior al 95%...? 

En cuanto a las reacciones adversas, en menos de un año ya nos hemos familiarizado con las miocarditis, las trombosis con trombocitopenia, las parálisis de Bell, las mielitis transversas... Un rosario de graves problemas cardiacos, circulatorios y neurológicos que casi nadie esperaba tras su muy pregonada seguridad. 

Pese a todo esto, los directivos de la EMA han autorizado hoy su uso en niños de 5-11 años.

La hora de la verdad ha llegado. ¿Serán coherentes y empezarán por sus propios hijos...?


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